Como lograr
la castidad y luchar contra el vicio impuro.
Recientemente
he leído un libro en el que explican de manera muy importante como combatir
contra el vicio impuro y lograr la castidad, así como los métodos eficaces para
no caer en la impureza.
CAPITULO 18
CAPITULO 18
MODOS MUY IMPORTANTES PARA COMBATIR CONTRA EL VICIO IMPURO
Todos
podemos repetir las palabras de san Pablo: "Siento
en mí mismo una ley de la carne que lucha continuamente contra el espíritu. La carne tiene deseos y tendencias contrarias
al espíritu, y el espíritu siente inclinaciones contrarias a la carne" (Ga
5, 17).
Contra el
vicio de la impureza hay que combatir más fuertemente que contra todos los
demás porque es el más traicionero y el que nunca deja de hacernos la guerra. A
donde quiera que vayamos llevaremos nuestro cuerpo, y éste siempre tendrá inclinaciones
pecaminosas que si nos descuidamos nos puede llevar a caer en pecado en el
momento menos pensado. En el combate contra la impureza hay que emplear ciertas
técnicas que producen muy buenos resultados. Por ejemplo:
ANTES DE LA
TENTACIÓN. Hay que ir
combatiendo contra las causas que nos inclinan hacía la impureza y evitar el
trato con personas que nos puedan ser ocasión de tentación pecaminosa.
Recordemos que en este asunto de la castidad resultan
vencedores quienes saben huir a tiempo, porque
si nos exponemos a la ocasión se cumplirá siempre aquel aviso que repetían los
antiguos maestros espirituales: "En
llegando la ocasión, y en agradando, caerás todas las veces". Es inútil acercar un papel a una llama
encendida y decir: "No quiero que arda". Por más propósito que tengamos
de que no arda, arderá.
Si por
obligación tenemos que tratar ciertos ejemplares humanos que nos atraen muy
fuertemente, es necesario hacer el sacrificio de mostrarnos fríos y casi
indiferentes en el trato, porque a cualquier libertad que le demos a nuestro
sentimentalismo, éste irrumpirá como las aguas de una represa cuando se abren
las compuertas, arrastrará y se llevará al abismo todos nuestros buenos
propósitos de conservar la santa pureza.
Nunca se
puede confiar en uno mismo. Aunque
llevemos 25 y más años sirviendo a Dios, recordemos que el espíritu de la impureza
suele hacer en una hora lo que no había podido en muchos años. Y cuando menos sospechamos nos puede
hacer una jugada traicionera y derrotarnos. Aunque tuviéramos la fuerza de
Sansón, el valor de David y la sabiduría de Salomón, nos puede suceder que si
nos exponemos a la ocasión caigamos tan miserablemente en pecados impuros como
le sucedió a esos famosos personajes. En esto sí que no hay persona que pueda
afirmar: "De esta agua no beberé". Y es la alcantarilla más podrida y
envenenadora que existe.
No hay que
confiar en las resoluciones y los buenos propósitos que se han hecho, pues aunque nos hayamos propuesto morir antes
de ofender a Dios, si encendemos el amor sensual con conversaciones
dulzarronas, melosas y frecuentes, la pasión se apoderará de tal manera que
nuestro corazón que ya no le importará que la otra persona sea pariente,
familiar o dirigida espiritualmente o aspirante a especial grado de santidad y
con tal de satisfacer la inclinación pecaminosa se olvidan todos los deberes y
hasta la santa ley de Dios, nos interesa dar escándalo y perder la buena fama
ante los demás. Y en estos casos serán inútiles y vanas todas las exhortaciones
de los amigos, los propósitos y planes que se han hecho de conservar la santa
virtud, se nos olvidará el temor a ofender y disgustar a Dios, y aunque
tuviéramos en frente al mismo fuego del infierno no detendríamos los impulsos
a que nos llevan las llamas impuras de nuestra pasión sensual. Así que no nos queda sino una
solución: huir, huir, como se
huye de una víbora venenosa o de alguien con una infección muy contagiosa o de
un perro rabioso, o de un loco que ataca con un machete afilado o de un toro
feroz que embiste a cuanto encuentra. Huir, si no queremos perder la vida del
alma, la paz del corazón y las bendiciones de Dios.
CAPITULO 19
OTROS MÉTODOS EFICACES PARA EVITAR CAER EN LA IMPUREZA
1o Hay que evitar la
ociosidad. En las aguas
estancadas se multiplican todos los malos bichos y las infecciones mortales.
Es necesario estar siempre tan ocupados que podamos responder lo que aquel discípulo
dijo a su santo director espiritual que le había aconsejado que para evitar las
tentaciones impuras estuviera siempre dedicado a ocupaciones que le llenaran
todo su tiempo. Cuando el Padre le preguntó si en esos días había tenido
tentaciones le respondió: "¿Y con qué tiempo?". Un gran maestro de
espíritu exclamaba: "Más daño le puede hacer a un alma el estar sin hacer
nada, que el recibir tentaciones del demonio". Lo cual es verdaderamente
digno de ser meditado.
2o No juzguéis mal de
los demás. Cuenta Casiano
que un monje se dedicó a juzgar tan duramente a los otros que el Señor permitió
que le llegaran tentaciones casi enloquecedoras y al consultar al Padre Abad,
éste le dijo: "Es la consecuencia de haberse dedicado a condenar a los
demás en el tribunal de su cerebro. No condene a nadie y verá que se apagan los
incendios de sus pasiones". Así lo hizo y descansó de tan terribles
ataques.
Cuando
sepamos que alguien ha caído en pecados escandalosos pensemos: "Si yo
hubiera estado en ese caso con los sentimientos y debilidades que me dominan,
quizás habría pecado lo mismo y aun peor". Y repitamos lo que decía san
Agustín: "No hay pecado que otro ser humano haya cometido que yo no pueda
cometer". Y en vez de despreciar a la otra persona o de murmurar o
criticar o publicar sus faltas, recemos por su conversión, pidamos a Dios que
le conceda fuerza de voluntad para no seguir cayendo, y andemos con mayor
prudencia no sea que la próxima víctima que los enemigos del alma logren
derrotar seamos nosotros.
Recordemos
que sí somos fáciles en juzgar y condenar a los demás y en despreciarlos, Dios nos corregirá a nuestra
propia costa, permitiendo que
caigamos en las mismas faltas que condenamos, para que reconozcamos nuestro
orgullo y así llenos de humildad nos corrijamos de la mala maña de andar
condenando y depreciando a los demás. Porque puede cumplirse lo que decía san
Pablo: "¿Por qué condenas
a los demás, si tú haces lo mismo que condenas?" (Rm 2).
Si vivimos
condenando y despreciando a otros, estaremos siempre en peligro de caer en
esas mismas faltas que condenamos y publicamos.
Y MUCHO CUIDADO CON LOS PENSAMIENTOS DE ORGULLO
Un
experimentadísimo director espiritual afirmaba: "Cuando veo que alguien
acepta de buena gana los pensamientos de orgullo tengo la seguridad de que le
llegarán terribilísimas tentaciones de impureza y humillantes caídas. Porque "Dios resiste a los
orgullosos" (St 4, 6).
Si alguien
se persuade de que ha llegado ya a tal perfección que los enemigos de su
pureza no se hallan en estado de hacerle la guerra y de derrotarle, y los mira
con desprecio, haciéndose la ilusión de que les tiene ya la suficiente
aversión y el debido asco y horror para no aceptarles sus sugerencias, le puede
suceder que caiga entonces con mayor facilidad.
¿Y QUÉ
HACER CUANDO LLEGUE LA TENTACIÓN?
Lo primero que conviene hacer en estos casos es averiguar de dónde viene la tentación, si del exterior o del interior. Si llega del exterior por medio de los ojos, de los oídos, de las amistades peligrosas, de las ideas desvergonzadas que se propagan entre la gente, o de modas indecorosas. O si en cambio viene del interior: de nuestra imaginación, de los deseos sensuales que nos asaltan, de los malos pensamientos o recuerdos indebidos o de las malas costumbres que hemos adquirido.
Lo primero que conviene hacer en estos casos es averiguar de dónde viene la tentación, si del exterior o del interior. Si llega del exterior por medio de los ojos, de los oídos, de las amistades peligrosas, de las ideas desvergonzadas que se propagan entre la gente, o de modas indecorosas. O si en cambio viene del interior: de nuestra imaginación, de los deseos sensuales que nos asaltan, de los malos pensamientos o recuerdos indebidos o de las malas costumbres que hemos adquirido.
Si viene de
fuera es
absolutamente necesario poner un freno a los sentidos para ser capaz de
dominarlos. "Ojos que no ven, corazón que no siente", dice el refrán.
Pero ojos que sí ven, corazón que sí siente y que probablemente consiente
también. Hay que hacer el pacto que el santo Job hizo con sus ojos. Él dice: "Nos pusimos de acuerdo
en no mirar cuerpos atractivos" (Jb 31, 1). Ciertas canciones no tienen
"letra" sino "letrina", y si las escuchamos con gusto nos
excitamos hacia el mal. Las conversaciones impuras causan a veces mayor
excitación que un manoseo, y esto resulta un desastre para el alma. Existen
ciertos "ejemplares" humanos cuya cercanía nos produce tan grande
inclinación hacia el pecado, que si no evitamos su trato y amistad y no nos
alejamos a tiempo de su presencia vamos directamente hacia nuestra ruina
espiritual. Después lloraremos las caídas, pero ya será demasiado tarde.
Tenemos que repetirles valientemente (aunque sea sólo en el pensamiento).
"Su amistad es dañosa para mi alma. Su compañía me trae mucho mayor mal
que bien".
Si el
ataque viene desde dentro, por
nuestros malos deseos o pensamientos impuros o malas costumbres adquiridas, es
absolutamente necesario hacer algunas pequeñas mortificaciones de vez en
cuando. Dejar de comer algo, dejar de beber alguna vez cuando sentimos deseo
de hacerlo, etc., porque la mortificación fortifica la voluntad. Y llenar la
mente de pensamientos buenos por medio de lecturas piadosas y de recuerdos de
hechos edificantes como por ejemplo los que narra la Sagrada Biblia o los que
se leen en las Vidas de los Santos o en los libros formativos. En el cerebro no
pueden existir dos ideas al mismo tiempo. Así que si con buenos recuerdos y
provechosas lecturas llenamos el cerebro de ideas santas, ellas quitarán el
espacio a las ideas pecaminosas y éstas tendrán que irse. Pero si ellas encuentran
el cerebro vacío de ideas provechosas, aprovecharán la ocasión para anidar allí
y producirán espantosos males al alma y a la personalidad.
Cómo orar
en la tentación. En el
Evangelio hay una advertencia de Jesús que nunca debemos olvidar o dejar de
cumplir. Dice así: "Orad,
para no caer en tentación. Porque el espíritu esta pronto pero la carne es
débil" (Mt 27, 41) y el Divino Maestro añade
un aviso de enorme importancia: "Ciertos
espíritus impuros no se alejan sino con la oración" (Mc 9, 29). Cuando nos llega la tentación
es necesario elevar a Dios muchas y pequeñas súplicas para que vengan en
nuestra ayuda. ¿Qué diríamos de un capitán que viendo a su batallón atacado por
fuerzas que le superan en número y en armamento, no enviara mensajes a los
mandos superiores pidiendo refuerzos? Y nosotros, al sentir el ataque del
mundo, del demonio y de la carne, ¿nos quedaremos sin pedir ayudas del Señor
Dios de los ejércitos?
Hay que
decirle con el Salmo: "Mira
Señor que me atacan, y no tengo a dónde huir. Pelea Tú Señor, contra los que me
hacen la guerra, y dile a mi alma: "Yo soy tu victoria" (Sal 34). "No entregues a la furia de
los gavilanes asesinos esta paloma indefensa que es mi pobre alma". "No me abandones, Dios
de mi Salvación". "No
abandones la obra de tus manos" etc.
Un remedio
muy útil. Muchísimas
personas han experimentado con gran provecho para lograr conseguir la victoria
contra las tentaciones el
mirar fijamente y con cariño el crucifijo, y mientras se va pensando en cada
una de las heridas de Jesús, las de las manos, los pies y el costado, decirle con san Bernardo: "Señor:
cuando el gavilán traicionero de mis tentaciones me ataca para quitarme la
vida de la gracia y de la amistad con Dios, yo como tímida avecilla vuelo con mi
pensamiento a esconderme en esas grietas salvadoras de mi Roca, en esas tus
cinco heridas, y allí logro verme libre del enemigo traidor". "Jesús:
tú has muerto por mí, y yo ¿qué sacrificio haré por conservar tu santa amistad?
Te ruego que imprimas en mi alma los más vivos sentimientos de fe, esperanza y
caridad, dolor de mis
pecados y propósito de jamás ofenderte, mientras
que yo con el mayor amor que me es posible voy considerando tus cinco heridas,
recordando aquellas palabras de ti, Dios mío, dijo el santo profeta David:
"Han taladrado mis manos, mis pies y se pueden contar todos mis
huesos".
"Algo
en lo que no se debe pensar". Existe en muchas personas una equivocación que
les puede hacer un gran daño, consiste en creer que para alejarse de la tentación,
especialmente de la tentación de impureza, conviene dedicarse a pensar en lo
malo y feo que es ese pecado. Esto es sumamente dañoso pues produce
"fijación" de la mente en lo que es impuro lo cual aumenta y excita
más las tentaciones y las inclinaciones pecaminosas, y pone a la voluntad en
peligro de deleitarse en esos recuerdos y de consentir luego en eso que la
deleita. Lo contrario de esto es lo verdadero. Lo que conviene en estos casos
es apartar totalmente la imaginación, el pensamiento o el recuerdo de los
objetos impuros y dedicarse a pensar en otras cosas. Porque si se detiene el
pensamiento en querer repelerlos considerándolos dañosos y peligrosos lo que
se consigue es obsesionarse más por esos temas y grabarlos en la mente. Y como
el cerebro es el que dirige toda la sexualidad humana, si éste se halla
infectado y envenenado con esos recuerdos e ideas fijas, todo el organismo
queda pervertido y va directamente hacia la maldad. Recordar esas cosas es un
engaño del demonio que se disfraza de ángel de luz.
En cambio
sí nos dedicamos a pensar en la Pasión y Muerte de Jesús, este provechoso
recuerdo logrará ir alejando los pensamientos dañosos. No nos dediquemos a
recordar las impurezas que hemos tenido, ni siquiera para lamentarlas y
rechazarlas, sino que considerándolas como obras del demonio tratemos de no
pensar jamás en ellas. Y en estas situaciones de dificultad demostremos que sabemos
recurrir a la Virgen Santísima. Ella siempre ayuda admirablemente.
PD: LOS CAPITULOS FUERON EXTRAIDOS DEL LIBRO: El Combate Espiritual del P. Lorenzo Scúpoli.